En las próximas semanas, a lo largo del mes de abril, estará disponible en librerías mi nueva obra: «Entrevista a Stalin. La lógica de un dictador» (Kolima, 2024). La presentación será el 21 de mayo por la tarde en el Consejo General de Economistas de España, en Madrid.
He aquí algunas reflexiones previas que pueden interesar a quienes deseen penetrar en la destacable lógica del déspota georgiano. No es un modelo de raciocinio exclusivamente suyo. Sus argumentaciones son aplicadas vicariamente por otros muy cercanos a nosotros en tiempo y espacio. Incluso con ideologías disímiles.
«Stalin inventó el concepto de «enemigo del pueblo». Este término hizo automáticamente innecesario que los errores ideológicos de los hombres expresados en una controversia se comprobasen; este término hizo posible que se usaran los más crueles métodos de represión, violándose así todas las normas de la legalidad revolucionaria, cada vez que alguien estaba en desacuerdo con Stalin o que se sospechara en él una intención hostil o debido simplemente a que tenía una mala reputación. Este concepto de «enemigo del pueblo», finalmente, eliminó todas las posibilidades de que se desarrollaran luchas ideológicas o de que alguien pudiese dar a conocer su punto de vista respecto a cualquier problema, aunque ellos fuesen meramente de carácter práctico. En general y en realidad, la única prueba de culpabilidad valedera era la confesión y ella se usaba contra todas las normas de la legalidad, por cuanto se ha podido demostrar posteriormente que esas confesiones se obtenían presionando por medios físicos al acusado. Esto condujo a abiertas violaciones de la legalidad revolucionaria, y al hecho de que muchas personas enteramente inocentes, que antes habían defendido la línea del Partido, se transformaran en víctimas».
Estas frases no proceden de la pluma de un anti stalinista. Forman parte, por el contrario, del denominado «Discurso secreto». Fue pronunciado por Kruschev el 24 de febrero de 1956 ante los delegados del 20º congreso del Partido Comunista. El escrito, que recojo como anexo en mi nuevo libro, debería ser leído por todos aquellos que por desconocimiento siguen mitificando la persona y decisiones del represor georgiano. A quienes acopian mala fe no hay dato que les saque de su cazurra rudeza.
En 2017, con ocasión del centenario de la Revolución de octubre, escribí «¡Camaradas! De Lenin a hoy» (LID). Ahora he dedicado cientos de horas a realizar esta «Entrevista a Stalin» (Kolima, 2024). No se trata de un interrogatorio, sino de una conversación en la que pretendo, como digo, penetrar en la lógica del segundo mayor asesino en serie de la historia.
A partir del 5 de marzo de 1953, tras la muerte de Stalin, arrancó una fiera pendencia entre sus conmilitones. Todos deseaban alcanzar la cúspide, pero todos temían a su vez las maniobras de aquellos a quienes denominaban camaradas. Al cabo, fue el ucraniano Kruschev, tras mortíferos codazos por él propinados, quien se hizo con el poder. Había sido un sanguinario ejecutor de las órdenes de Stalin. Él, al igual que todos, deseaban echar los millones de muertos -en muchos casos, insisto, provocados directamente por ellos- a las espaldas del extinto. Nada diferente de lo que sucede en tantas corporaciones. En el caso de la U.R.S.S. no faltaban motivos.
Espigo otra alhaja del «Discurso secreto»: «Las características negativas de Stalin, incipientes durante la vida de Lenin, lo llevaron, durante los últimos años de su vida a abusar del poder, lo que ha causado al Partido un daño ilimitado. Debemos meditar detenidamente y analizar en forma correcta este asunto con el objeto de desterrar para siempre la posibilidad de que se repita, en cualquier forma, en el futuro todo aquello que aconteció durante la vida de Stalin, un ser que rehusó absolutamente tolerar una dirección colegial del gobierno y del trabajo y que procedió con una violencia salvaje, no solamente contra quienes se le oponían, sino también contra todo lo que pareciese, a su carácter despótico y caprichoso, contrario a sus conceptos. Stalin actuaba no a través de explicaciones y de cooperación paciente con la gente, sino imponiendo sus concepciones y exigiendo una sumisión absoluta a su opinión. El que osara oponerse a algún concepto o intentara probar la corrección de su punto de vista y de su actitud, estaba condenado a que se le relegara del grupo dirigente colectivo y que se le sometiera posteriormente a la aniquilación física y moral. Esto es especialmente cierto en lo que se refiere al período posterior al XVII Congreso del Partido, cuando muchos dirigentes del Partido y simples trabajadores honrados y afanosos del Partido, todos dedicados a la causa del comunismo, cayeron víctimas del despotismo de Stalin».
Me ha supuesto un profundo reto intelectual mostrar la implacable lógica de quien envió a campos de concentración en Siberia, a pelotones de fusilamiento y de ahorcamiento, o condenó a hambrunas a docenas de millones de criaturas humanas. Lo he respetado con el máximo rigor para que quienes tengan buena voluntad puedan entender la rocosa y pancista mentalidad de los opresores.
Sería ingenuo pensar que pertenece al pasado. Desafortunadamente, en mayor o menor medida, hay bastantes repartidos por el planeta. Como he sugerido al principio, unos cuantos se encuentran cerca de nosotros. Algunos, meros franquiciados de Stalin.
Javier Fernández Aguado
Socio director de MindValue
Director de investigación de EUCIM