Una empresa es un sistema de transformación consistente en adquirir algo relativamente barato, modificarlo y venderlo relativamente caro. Esta definición aplica tanto para una petrolera como para una farmacéutica, una energética o un bufete.
Cada entidad mercantil o financiera tratará de ofrecer un producto o servicio al mercado y obtener una maximización de sus márgenes. Cuando se respeta la ética, imperará ese sentido común que procura un equilibrio armónico entre los grupos de interés. Si no hay ética, alguien intentará obtener más de lo que realmente le corresponde y conducirá al fracaso. Por ejemplo, cuando los accionistas pretenden extraer excesivos rendimientos de su inversión a costa de mal pagar a los empleados. O cuando los empleados no cumplen acabadamente con su responsabilidad. O cuando gobernantes iletrados y abusivos extirpan más impuestos de los que sería lícito y juicioso.
Puede suceder, en fin, que los proveedores incrementen asimétricamente el precio y tornen inviable el funcionamiento. La vida, también en las empresas, es un delicado equilibrio armónico. Cuando la estructura es fundada y gestionada por una familia, las cosas pueden complicarse. El motivo es que cada realidad tiene una lógica propia.
La familia es el entorno del ser, de los afectos y de la gestión del fracaso. La clave de la empresa, por el contrario, es la del estar, la de la razón y la de la gestión del triunfo.
Por no entender estos bosquejos, muchas sociedades familiares topan con bretes y acaban por venirse abajo. Es relevante definir la lógica con la que correteamos, para evitar interpretaciones que dañen a la familia y/o a la actividad mercantil.
En los treinta años que vengo asesorando empresas familiares en múltiples países, he detallado estos conceptos. Cuando se comprenden y aplican, todo se torna más andadero. Lo analizaré por partes.
Cada uno de nosotros somos miembros de una familia. En ese ambiente, tendencialmente queremos y se nos quiere de forma incondicionada. Somos y basta. Por el contrario, en una empresa se está. Ofrezco mis servicios profesionales a una u otra. Si no hay acuerdo, dejaré de afanarme en un banco y lo haré en una aseguradora o en una cadena de supermercados. Si el trato es correcto y se respeta la legalidad, en ningún modo me debería sentir agraviado, pues el acuerdo es de permanencia temporal.
En la familia se interactúa con sentimientos. En la empresa, con raciocinio. He escuchado a veces afirmaciones del tenor: “No posee todas las capacidades adecuadas, pero es mi hijo”. Es comprensible en ese entorno, pero menoscaba frente al resto de stakeholders. Si alguien no dispone de la formación o las habilidades precisas, el entendimiento impulsará a cambiarle de posición o, en su caso, a invitarle a buscar nuevas opciones en el mercado.
En un linaje, se gestiona el fiasco. Cuando enfermamos, nos deprimimos o padecemos una necesidad perentoria, nos dirigimos a ese entorno afectivo en el que padres, hermanos, descendientes y ascendentes tienden a construir piña más allá de las tempestades que puedan estar azotando. En las empresas se gestiona la palma. Un currículum vitae ha de exponer las habilidades técnicas y comportamentales de cada uno. La suma de triunfos personales y la capacidad de trabajar en equipo marcará el posible laurel de aquel grupo reunido con un fin comercial.
Resulta conveniente optar por una u otra lógica. Si no se hace, acaba expulsándose a técnicos que anhelan jugar un partido desafiante. Se sentirán desanimados si algún miembro de la familia, solo por serlo, es posicionado por encima de manera disconforme. Al igual que en las largas épocas en las que el perverso nepotismo fue aplicado en el Vaticano, posicionar los afectos por encima de la razón expulsa al mejor talento. Los valiosos acabarán indagando en entornos donde no haya un trilero que, por motivos espurios, rompa las razonables normas de funcionamiento.
Numerosas empresas familiares saben definir reglas claras. Por ejemplo, cuando la propiedad permanece dentro del ámbito, pero la gestión recae en quienes tengan preparación para llevar adelante el proyecto sin perderse en bosques emotivos.
Si toda empresa es compleja, la familiar lo es más aún. Desde hace décadas, como he mencionado, vengo acompañando a entidades mercantiles y financieras propiedad de familias. Ese trabajo hay que ejecutarlo de manera artesanal, porque cada estirpe muestra características específicas.
En determinadas situaciones, he aconsejado con conciencia clara la oportunidad de prescindir de algún miembro que, parapetado tras el apellido, anhela aprovecharse de la brega de otros parientes o de los técnicos contratados. Es altamente conveniente que, casi sin excepción, tras culminar los estudios, nadie se incorpore a la empresa familiar. En caso de que acabe haciéndolo, debe ser tras años de lidia en otras coordenadas. De ese modo, sus aportaciones podrán estar mejor cimentadas.
En algún caso he tropezado con personas que hacen realidad la diatriba que san Juan Crisóstomo realizaba a finales del s. IV: “Coceas como un asno, saltas como un toro, relinchas sobre las mujeres como un caballo, eres goloso como un oso, engordas tu carne como una mula, eres rencoroso como un camello, rapaz como un lobo; te irritas como una serpiente, picas como un escorpión, eres astuto como una zorra, guardas el veneno de tu maldad como un áspid y una víbora, haces la guerra con tus hermanos como el mismo demonio perverso”.
Para salir de bloqueos se precisa casi indefectiblemente contar con la ayuda de expertos ajenos, porque nadie es buen juez en causa propia. Mucho menos cuando a las motivaciones económicas se añaden implicaciones que complican de manera radical la toma de decisiones.
Sirvan estas ideas como aperitivo para quienes se encuentran enmarañados en discusiones interminables. Ojalá acudan pronto a quien pueda devolver al buen camino. Así soslayarán el laberinto provocado por la imposibilidad de gestionar afectos. No en vano, los sentimientos son como un grupo de gatos, que nunca podrán colaborar en equipo.
La antropología es imprescindible para transitar por la compleja vida de la criatura humana y de sus relaciones personales y profesionales.
Javier Fernández Aguado
Director de investigación en EUCIM