Arrancamos con un dato inquietante, según la World Values Survey, la encuesta global que explora los valores y opinión de la gente, sólo el 30% de las nuevas generaciones considera que es esencial vivir en democracia.
El otro 70% muestra un alto escepticismo y desconfianza en las instituciones liberales, valorando incluso positivamente la aparición de un líder autoritario y fuerte, que no sea estorbado por parlamentos o procesos electorales, creciendo esta manera de pensar en un 50% entre los españoles.
Terreno abonado para propuestas populistas y nacionalistas, que se llevan mal con la división de poderes, la independencia de las instituciones, y la libertad basada en el imperio de la ley.
Situación muy preocupante para aquellos que pensamos que los valores democráticos, en los que se basa nuestra economía social de mercado, nos ha traído la mayor y mejor etapa de desarrollo personal y bienestar económico de nuestra historia.
Hay que suponer que esta desafección con los valores democráticos es porque sentimos que los líderes actuales no están a la altura que esperamos.
Pero en contraste, ¿podemos afirmar que nosotros sí que lo estamos? ¿somos ciudadanos ejemplares? ¿gestionamos a nuestros colaboradores con la misma ejemplaridad que exigimos y esperamos de nuestros gobernantes, tanto en la empresa como en la sociedad?
Hemos hablado de la ejemplaridad pública, pero ¿y qué pasa con la ejemplaridad privada?
Parafraseando a Kennedy, “no nos preguntemos qué puede hacer la sociedad por nosotros, sino preguntémonos qué debemos hacer cada uno de nosotros por la sociedad”.
Es cierto que la empresa es la institución de mayor influencia económica y social, y por eso recae sobre ella una creciente responsabilidad social.
Esto debería concretarse en un comportamiento ejemplar como ciudadanos, como profesionales, como directivos o como empresarios.
Tal como expresa el filósofo Javier Gomá: “he llegado a la conclusión de que el mayor contrapoder de todos los imaginables, la resistencia más eficaz contra las inmunidades del poder, es una ciudadanía ilustrada, poseedora de una visión culta y un corazón educado, una mayoría selecta compuesta por ciudadanos que han sabido transformar su vulgaridad natural en ejemplaridad”.
En el mismo sentido Norman Mailer, en su discurso ante la Commonwealth, defendió la misma idea: “la verdadera democracia nace de muchas batallas humanas, sutiles.
Cuando uno empieza a ignorar esos valores, está jugando con una estructura noble y delicada, que siempre está en peligro.
Para la mayoría de la gente la forma natural de gobierno es el fascismo.
Pero la democracia es un estado de gracia que sólo alcanzan las sociedades que poseen gran cantidad de individuos dispuestos, no sólo a gozar de la libertad, sino a trabajar duramente para mantenerla”
Es tiempo de reivindicar una ejemplaridad privada que construya una sociedad civil vigorosa, que personifique los valores democráticos.
Porque nosotros, los de entonces, los que sabemos que, como dijo Séneca, “el camino de la doctrina es largo, breve y eficaz el del ejemplo”, seguimos siendo los mismos.
People Strategist de Foro Recursos Humanos