Hace unos días en un encuentro literario abordábamos como tema de debate, si se puede ser el mejor sin valores. Parecía muy obvio que todos los participantes convendríamos que es imposible ser el mejor sin unos valores acendrados, de hecho ésa parecía la conclusión.
En un momento determinado, cuestionamos el significado de la palabra mejor, y fue entonces cuando surgió la polémica. Nos acompañaba en la mesa el medallista olímpico de esgrima José Luis Abajo y comentó que los mejores en el deporte de alta competición siempre tienen algo de picardía, lo que planteó si esto era compatible con unos altos valores o no.
Más allá de la delimitación de la frontera entre el lado oscuro de los comportamientos y conductas que conducen nuestras relaciones, saltamos sobre ser “la/el mejor”. Finalmente sugerimos que la/el mejor debe significar ser capaces y proponerse dar la mejor versión de uno mismo, sin que sea el resultado el que solamente marque la definición del mismo.
Cuando actuamos, tanto en nuestro ámbito profesional o personal, después de nuestra intervención debemos preguntarnos si hemos conseguido el objetivo de ser la mejor versión de nosotros mismos en aquello que hayamos intentado.
A raíz de esto, parecería que el camino a recorrer fuera más fácil ya que no es el resultado el que condiciona nuestra percepción o la de los demás. No es tan así, ya que caben tres tipologías de actitudes ante este nuevo objetivo, y algunas de ellas pueden resultar incluso todavía más perjudiciales a la hora de alcanzar la felicidad.
1.- Auto-justificación.- Este comportamiento, muy habitual, suele partir de una autocompasión que hace que o bien consideremos que el objetivo a alcanzar no merece tanto la pena o bien que quizás no hace falta esforzarse tanto para conseguirlo y que ya es aceptable haber llegado donde estamos. En esta actitud lo que acaba sucediendo es la inmovilidad y como decía Óscar Wilde, la única manera de evitar una tentación es caer en ella.
2.- Angustia.- Algunas personas en su afán por ser las mejores se retan cada día hacia un objetivo que aunque quizás fuera alcanzable, acaban siendo tremendamente intolerantes cuando no consiguen el objetivo o resultado esperado, y acaban por someterse a un estado de angustia que les acaba haciendo desembocar en la renuncia al objetivo, ya que las consecuencias de hacerlo son más negativas que el hecho mismo de alcanzarlo.
3.- Firmeza y magnanimidad.- En todo proceso de superación y consecución de un objetivo, uno tiene que ser firme en perseguirlo, pero, no es menos cierto que, el camino está lleno de situaciones que en algún momento nos van a paralizar o hacer retroceder, es en este preciso instante donde tenemos que cargarnos de magnanimidad, entendiendo que casi nunca se alcanza un objetivo en línea recta. Fallar no debe tener consecuencias dramáticas a la hora de perseguir el objetivo. Hay que asegurarse de que uno no es firme en el fallo y magnánimo en el objetivo o consecución del resultado.
Y no se olvide, después de una acción pregúntese si ha sido capaz de dar la mejor versión de sí mismo, hágalo con honestidad y objetividad y seguro que estará siendo la /el mejor.
Jorge Cagigas, Presidente de Fundipe y fundador de EPICTELES (HR STRATEGIC)