Si bien los datos demuestran que el mundo sigue convirtiéndose en un mejor lugar para vivir, según nos cuenta recientemente el académico sueco Rosling en su libro Factfulness, y en la misma línea que Steven Pinker, lo cierto es que ello contrasta con otros datos publicados recientemente por la OMS que muestran que en 2017 se registraron en el mundo 260 M de personas afectadas por trastornos de ansiedad, y según el Consejo General de Psicología, 9 de cada 10 españoles padecieron episodios de estrés o ansiedad en ese mismo año. Este contraste nos lleva a la portada que el semanario Newsweek publicó hace años “Si todo nos va tan bien, por qué nos sentimos tan mal”.
Es otro hecho constatable que el 70% de los procesos de transformación o cambio en las organizaciones fracasan.
Aunque el cambio es parte de la vida, como realidad inevitable y constante, parece ser que nuestra mente convive bastante mal con tanto trajín.
En todo esto es probable que estemos subestimando el importante papel que juega nuestra mente subconsciente en todo este lío, a la que no le gusta nada la incertidumbre. Nuestra mente está programada para protegernos y ponernos en alerta ante las posibles amenazas e inseguridades que la entrada en nuevos territorios inexplorados representa el cambio o la transformación. Nuestra mente prefiere en muchas ocasiones seguir en una zona insatisfactoriamente segura. Suele preferir incluso lo malo conocido a lo bueno por conocer.
¿Quién no se ha despertado a mitad de la noche, abrumado por advertencias de nuestra mente subconsciente acerca de los imaginados peligros y amenazas de una nueva situación? Ansiedad que desaparece cuando al amanecer, la parte consciente y racional pone orden en nuestros pensamientos, continuando de manera positiva y convencida de las ventajas del nuevo destino.
Pero el tránsito de lo conocido a lo desconocido implica en muchas ocasiones una gran dosis de valor personal y esfuerzo emocional. El final positivo de la historia es que el cerebro posee una flexibilidad y neuroplasticidad que le permite adaptarse a nuevas creencias, reaprendiendo una vez que descubre y confirma que la nueva situación es mejor que la anterior, dando por válida la nueva situación.
Nuestra mente es un jugador clave en los procesos de transformación, nunca se queda en el banquillo, siempre juega, aunque muchas veces paguemos el precio de ignorarla.
Al final en nuestra esencia, nosotros, los de entonces, seguimos siendo los mismos.
Tomás Pereda
Colaborador de Foro Recursos Humanos, de AZC GLOBAL