Podríamos aceptar Covid-19 como animal de compañía, para explicar la actual tasa de desempleo juvenil del 41,7%, la mayor de la UE, señalando que sólo el 17% de los 330.000 jóvenes que fueron despedidos durante el estado de alarma hayan recuperado su trabajo.
Pero si remontamos aguas arriba en el tiempo, comprobamos que, cuando en 2018 y 2019 la economía crecía al 2%, sufríamos también una alta tasa de desempleo juvenil del 33%, nivel de paro similar desde el 2000.
Por otra parte, y según la Agencia Tributaria, 3 de cada 4 empleados menores de 26 años, y el 36% de jóvenes entre 26 y 35 años, no llegan al salario mínimo anual.
Desde 2008 sus sueldos llevan estancados y, en muchos casos reducidos. “Les sobra mes al final del sueldo”. Injusto seguir mirando hacia otro lado, cuando ahora ya concatenan dos graves crisis económicas.
¿Somos conscientes de lo difícil que se lo estamos poniendo a esta generación para construir su proyecto vital?
Ante ello ¿nos sorprende que siga desplomándose la natalidad? ¿Nos resignamos a todo esto como si fuera parte de nuestro ADN?
En primer lugar, los expertos siguen apuntando a la educación. Los datos siguen siendo preocupantes.
Por un lado, el informe PISA nos sigue suspendiendo desde el año 2000, con una puntuación por debajo del 50%.
Por otro lado, la tasa de abandono escolar se sitúa en el 21,4%, el doble de la UE.
Y todo ello contrasta con la encuesta del CIS, que sitúa la educación en el 12º puesto en la preocupación de los españoles.
Pensar que un modelo educativo creado a principios del siglo XX puede dar respuesta a las necesidades del siglo XXI es un disparate muy caro.
Como afirman J. Antonio y M. Ángel Herce en un reciente artículo: “Muchos jóvenes ya viven peor que sus padres, por la sencilla razón de que la educación que han recibido es la misma que la de estos y, por lo tanto, obsoleta. Los jóvenes deben aspirar a ser más sabios y mejores que sus padres y la mejor vida material les vendrá por añadidura”.
En segundo lugar, es momento de que la empresa tome especial conciencia de esta realidad y asuma responsablemente la parte que le toca en este desafío, estableciendo condiciones laborales suficientes para que, a medida que un joven profesional responde a las expectativas, pueda desarrollarse personal y familiarmente.
En este año, 300.000 jóvenes han terminado su formación en uno de los años más oscuros para el empleo, y en el que parece que bastantes empresas han suprimido sus programas en prácticas y eliminado los contratos eventuales para jóvenes.
El 8º Objetivo de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 se refiere al fomento de un trabajo decente. Creo que todo trabajo siempre es decente, otra cuestión son sus condiciones.
Las generaciones de nuestros hijos nos necesitan. Porque nosotros, los de entonces, aquellos que ya no somos tan jóvenes para saberlo todo, seguimos siendo los mismos.
Tomás Pereda, People Strategy de Foro Recursos Humanos
Responsable Red empresas en Fundación máshumano