Personas magnánimas y su valor
Cuando hace poco hablamos de la importancia del pensamiento crítico, descubrimos que aprender a pensar es recuperar nuestra soberanía personal, tomar conciencia de nuestra responsabilidad individual que nos impulsa a la acción.
¡Vaya lío! Como hubiera cantado la rana Gustavo, no sólo no es fácil ser verde, sino tampoco lo es ser libre.
Ante los contratiempos, muchas veces tendemos a consolarnos con un “¡piove, governo ladro!”, como si, especialmente los demás, fueran responsables de las cosas que nos suceden, y como si alguien ajeno a nosotros, estuviera obligado a ocuparse de nuestro bienestar.
En la adversidad, suele ser más tranquilizador sentirnos víctimas de lo que nos sucede y echar la culpa a los demás. Ejercicio tan inútil como moralmente vulgar.
Hace tiempo ya hablamos sobre cómo nuestro propio lenguaje nos ayuda a proclamar, “urbi et orbi”, nuestra propia inocencia ante lo que nos ocurre. Decimos “se estropeó, se cayó, se rompió, se acabó”, “aprobé -yo- o me suspendieron -los demás, obviamente- “.
Formas impersonales de expresarnos que no tienen sujeto y nos liberan de la ordinariez de hacernos responsables de lo que nos pasa.
Pero claro, tal como nos cuenta el profesor Kofman, el precio de rechazar toda responsabilidad, toda culpa y declararnos inocentes, es la impotencia, ya que, si no soy parte del problema, tampoco puedo serlo de la solución.
Esto nos lleva a cabrearnos con el mundo por permitir que nos ocurran cosas que no nos gustan, y también, a resignarnos frente a un destino que sentimos que está fuera de nuestro control, es decir, “a mi la vida me pasa, a mí me ocurren cosas”.
Es el mundo del pusilánime, de “alma pequeña”, que busca refugio en la tribu y sometimiento bajo un gran líder que se ocupe de su felicidad.
Tal como decía Kant, “la pereza y la cobardía son causa de que una gran parte de los hombres continúe a gusto en su estado de pupilo, ¡es tan cómodo no estar emancipado!”.
Como nos enseñó Hannah Arendt, la banalidad del mal sucede cuando personas corrientes no asumen la responsabilidad individual de sus actos.
Por el contrario, y frente al pusilánime, nos encontramos con las personas magnánimas, de “alma grande”, que asumen la responsabilidad personal de intentar resolver el problema por sí misma, eligiendo y decidiendo libremente, y dentro de las circunstancias que le ha tocado vivir.
A partir de ese momento, muchas de las cosas de la vida no ocurren como si fueran un fenómeno meteorológico, sino que suceden por las decisiones que nosotros mismos tomamos, aunque podamos pagar el precio de sentirnos culpables.
Nuevamente Kant nos recuerda la “importancia de atrevernos a servirnos de nuestra propia inteligencia, sin la tutela de los demás”.
El tiempo que se avecina, a corto y a largo, necesita de muchas personas magnánimas, de alma grande.
No podemos esperar que los gobiernos, empresas y demás instituciones nos resuelvan nuestra vida más personal.
Es demasiado importante, y la incertidumbre es demasiado alta, como para confiarla en manos de otros.
Es tiempo de fortalecer la sociedad civil a partir de la acción individual.
Comenzamos hablando del pensamiento crítico y nos hemos encontrado inevitablemente con la responsabilidad individual, porque nosotros, los de entonces, aquellos que escuchamos a Maslow cuando nos recuerda que “el miedo a saber, es en el fondo, miedo a hacer, porque todo conocimiento entraña una responsabilidad”, seguimos siendo los mismos.