Creo que quejarse en el trabajo es algo bueno e importante. Las quejas, siempre que sean constructivas, son positivas en el ámbito laboral. Quejarse por quejarse no sirve de nada, salvo para generarse una mala imagen dentro de la empresa pero, como leí el otro día en un artículo de Eva Rimbau, profesora de Economía y Empresa de la UOC, «si tu queja se debe a que intentas mejorar tu productividad o la de tu empresa, es probable que, si sabes plantearla, sea bien recibida».
En este mismo texto Gina Aran, profesora del máster de Dirección y Gestión de Recursos Humanos de la UOC, explica que para las empresas y directivos «una queja puede ser un indicador de que hay algo que no funciona bien y, en este sentido podría ser útil», «puede significar un estímulo profesional para el trabajador», aunque también puede generar algún que otro conflicto. Para evitarlos, la queja debe comunicarse bien y perseguir un objetivo concreto, «tiene que centrarse en hechos perjudiciales para la productividad y mostrar en todo momento una actitud profesional. Si se dan todos estos factores, es difícil que se desarrolle un conflicto», asegura Rimbau.
¿Y cómo lograr que nuestras quejas no caigan en saco roto? Según el mencionado artículo tan solo necesitamos seguir cinco pautas: hacerlo en el momento idóneo, preferiblemente por escrito, describiendo los problemas y las consecuencias de los mismos, proponiendo alternativas a la situación y, todo ello, pensando en que tratamos de cambiar algo a mejorar, que no estamos atacando a nadie.
Si seguimos todos estos pasos es muy probable que se nos escuche, y que consigamos solucionar el problema que tenemos, mejorando de este modo nuestro entorno laboral.
Rubén Gómez-Rico
Coordinador de contenidos del Foro de los Recursos Humanos