¿Hay alguien más ahí?
Contaba Eugenio la historia de un tipo que, yendo por la montaña cae en un profundo precipicio y tras lograr agarrarse de una rama, grita desesperado: “¿Hay alguien ahí?” Una voz poderosa le responde: “Sí, hijo mío, está Dios, sigue mis instrucciones. Sin miedo, suelta tus manos y déjate caer al vacío, que antes de que tu cuerpo se estrelle contra el suelo, y mandaré 40.000 ángeles mayores, al mando de mi bien amado Arcángel San Gabriel, que te remontarán hasta el punto de partida”, a lo que el tipo responde, “Ah, vale, gracias, pero ¿hay alguien más ahí?”
Por alguna extraña razón, y tal como publicaba recientemente The Economist, los gobiernos tienden a ignorar las grandes amenazas y desafíos a los que se enfrenta la humanidad, y sólo reaccionan forzados cuando ya son una realidad, siendo el coste infinitamente mayor de lo que hubiera supuesto su prevención.
¿Confiamos en la capacidad de nuestros gobiernos para protegernos frente a los grandes riesgos? ¿Creemos que nos enviarán 40.000 ángeles mayores para rescatarnos?
Aparte del Covid-19, que ya fue anticipado con gran precisión por Bill Gates en 2015, la humanidad se enfrenta a varios “rinocerontes grises”, tal como son llamadas las grandes amenazas predecibles y frente a las que no actuamos, como la desigualdad, las inteligencias artificiales hostiles, o un cambio climático sin planeta B al que confinarse.
Y parece que ahora un nuevo “rinoceronte gris”, llamado “eyección de masa coronal”, se ha unido al rebaño.
Las llamadas tormentas magnéticas solares, provocadas ahora por una actividad máxima del Sol, podrían afectar gravemente y durante tiempo, a las redes eléctricas, telecomunicaciones e internet de todo el planeta.
Ello afectaría también a la navegación, satélites y control del armamento nuclear.
Según The Economist, la probabilidad de que ello ocurra en este siglo es de un 50%, como ya ocurrió en 1859, recordado como “evento Carrington”, que hizo saltar por los aires todo el sistema telegráfico del planeta y que provocó que hasta se vieran auroras boreales desde Madrid.
Imaginemos por un momento las consecuencias que tendría para la vida de las personas.
Visto el enorme impacto que estas amenazas representan para la humanidad en vidas y haciendas, ¿no nos deberíamos preguntar, de nuevo, si “hay alguien más ahí”?
Si para los gobiernos, cortoplacistas, no son cuestiones electoralmente rentables, ¿quién se debería ocupar de ello?, ¿la sociedad civil? ¿las empresas? ¿una gobernanza global? ¿think tanks?
Pocas certezas y demasiadas preguntas.
Lo que sí sabemos es el impacto que todo esto tendría, cuando ya fuera demasiado tarde.
Lo que es seguro es que aprender a pensar por nosotros mismos, con un pensamiento crítico que nos impulse a la acción, y sentirnos individualmente más corresponsables del devenir del planeta es un buen punto de partida.
Podríamos resignarnos a nuestra enorme fragilidad y vulnerabilidad o, tal como afirma el politólogo búlgaro Ivan Krastev “en una epidemia, todos los que permanecen con vida son supervivientes, no meros testigos de algo que ha pasado, no es lo mismo contemplarlo que haberlo vivido. Comportarnos como supervivientes quizás nos ayude a encontrar las soluciones que necesitamos, como sujetos de lo que ha ocurrido y responsables de lo que ocurra a partir de ahora.”
Porque nosotros, los de entonces, aquellos que aspiramos a seguir pilotando el rumbo de nuestras vidas, seguimos siendo los mismos.
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