Desde el corazón
Y ya podemos hacer un primer balance sobre cómo las mejores empresas están tratando a su gente.
Partimos de que esta crisis es esencialmente humanitaria, y dado que este virus dispara directamente a los pulmones, ello explica por qué la humanidad está reaccionando desde el corazón, poniendo de nuevo a la persona en el centro, en su lugar.
Por eso, en el minuto uno, las buenas empresas protegieron físicamente a sus personas, mucho antes, incluso, de que lo hicieran los gobiernos;
en el minuto 2, cuidaron de sus clientes y de la continuidad de sus negocios;
y en los 80.640 minutos siguientes, se volvieron a ocupar de que sus empleados y sus familiares se encontraran bien.
Esto es lo que ha marcado la diferencia entre las empresas que mejor lo están haciendo, de aquellas que, o no han sabido, o se han escondido, o ambas cosas a la vez.
En función de esta respuesta, el mejor talento ya ha tomado nota.
Por otra parte, las declaraciones de propósito y de valores ya han probado su valor en combate, sometiendo su autenticidad y coherencia a su primer test de estrés.
En situaciones de riesgo, nuestro cerebro activa un mecanismo muy fiable que nos permite distinguir lo genuino de lo impostado.
Oímos lo mismo, pero lo escuchamos de manera distinta.
El propósito y los valores han pasado de declararse, a vivirse.
Las mejores empresas ya han constatado que la preocupación por la gente, importa y, además, es rentable.
Por un lado, los índices de satisfacción de sus profesionales aumentaron en marzo y abril, paradójicamente durante los meses mas duros de la pandemia.
Por otro lado, se incrementaron también los índices de productividad y de la calidad del trabajo.
Se confirma de nuevo, que las expectativas que tenemos sobre las personas, condicionan su conducta.
El primer gran experimento de enviar a millones de personas a sus casas, a trabajar en remoto, aunque de manera imperfecta, ha funcionado.
Las mejores empresas y el mejor talento se han gustado en la nueva experiencia de trabajar de otra manera.
Un falso mito predice que, para crear un hábito se necesitan 21 días, y en este confinamiento ya llevamos 60 días, que es el tiempo que consideran los expertos.
Es probable que el hábito y la inercia no sean suficientes para consolidarlo, pero muchas empresas ya están trabajando para avanzar hacia nuevas formas de trabajo más innovadoras, pasando del “teletrabajo y conciliación” al “trabajo en remoto y flexibilidad”.
Nos consta que la salida a la superficie va a seguir poniendo a las personas y a sus familias en el centro.
Los protocolos de retorno mantienen criterios de máxima prudencia, protección y confianza en la responsabilidad individual de las personas.
Esta crisis nos ha vuelto a recordar a Goethe cuando expresó que “si tratamos a las personas tal como son, las haremos peores. Si las tratamos como debieran ser, las ayudaremos a que lleguen a ser lo que pueden llegar a convertirse”.
El tiempo que viene necesitará de más confianza en la responsabilidad individual, porque nosotros, los de entonces, aquellos que sabemos que lo que venga deberá seguir poniendo a la persona en el centro, o no será, seguimos siendo los mismos.