Es viernes 22 de mayo de 1992 y Alfonso, jefe regional de ventas, está a punto de finalizar su jornada.
Su plan es irse con su familia a la Expo de Sevilla en el nuevo AVE.
Justo 20 minutos antes de salir, recibe una llamada de su jefe quien le comunica que está despedido, nada personal, viene una crisis y hay que reducir costes.
Se le informa que debe recoger y limpiar la mesa esa misma tarde, y que una persona le acompañará para asegurar que todo es correcto.
Teóricamente, el lunes ya no habrá rastro de Alfonso en la oficina.
Martes, 28 de octubre de 2014, primera hora de la mañana.
Alicia, experta en ciber seguridad y muy bien valorada en su empresa, comunica a su jefe que acaba de aceptar una oferta de otra empresa, que le permite dar un importante salto profesional.
Ofrece todo el tiempo y colaboración necesarios para facilitar la transición. Su jefe se siente profundamente decepcionado por su falta de lealtad.
A los tres días se le pide la devolución de su portátil, teléfono móvil y se le corta el correo electrónico corporativo. Mejor que se vaya cuanto antes. Ya no es de los nuestros. Ya no es de fiar.
Alfonso y Alicia no existen. Pero sí sus casos. Profesionales que cuando se incorporaron fueron acogidos con la máxima calidez pero, por el contrario, sufren la experiencia de su desvinculación voluntaria o forzosa con una frialdad y desconfianza extremas, carente de la elegancia y de aquellos valores humanos que ennoblecen los momentos difíciles e inevitables que siempre llegan en toda una vida profesional.
Momentos en los que entra en juego el respeto a la dignidad humana y profesional, tal como nos recuerda Javier Gomá en su nuevo libro “dignidad”.
Como afirma Gomá, “la dignidad es aquello inexpropiable del individuo, que se resiste a cualquier proyecto que suponga deshumanización”.
La dignidad es aquello que estorba, porque opone resistencia ante comportamientos que atentan contra ella, incluso en el contexto de causas justas, pero que degradan y envilecen a quienes la conculcan y, sobre todo, indignan y entristecen al resto de las personas que lo presencian, sintiéndolo como un retroceso moral de la organización.
El momento de desvinculación de un profesional es el momento de la verdad, en el que se ponen a prueba valores de justicia, compasión, generosidad y respeto a la dignidad de la persona que se va, pero, sobre todo, respeto a la dignidad de las personas que se quedan, y que observan y anticipan cómo serán tratados por esa misma empresa en algún momento de su vida futura.
Nuevamente podemos afirmar que, cuando la indignidad entra por la puerta, el compromiso sale por la ventana. El efecto del retroceso moral no es solo la inmoralidad, sino la desmoralización de las personas, su desconexión emocional con el proyecto.
Las formas, como en la democracia, cuentan.
Volvemos a citar a Goethe cuando expresó que “todo nos falta cuando nos faltamos a nosotros mismos”.
Porque nosotros, los de entonces, aquellos que, tras haber vivido varias crisis, sabemos que los valores sólo son genuinos si permanecen en los momentos de adversidad y conflicto, seguimos siendo los mismos.
People Strategist de Foro Recursos Humanos