Crónica desde el confinamiento
En momentos tan extraordinarios como el que ahora vivimos, se somete a validación lo que pensamos sobre lo que somos y lo que creemos, y lo contrastamos con nuestro comportamiento real ante una situación, como la actual, que nos pone a prueba.
En nuestro comentario de hoy recuperamos algunas de las reflexiones que hemos compartido a lo largo de muchas semanas, y que vuelven a llamar a nuestra puerta.
Recordamos cuando hablamos sobre el miedo sano, aquel que nos protege ante determinados peligros reales como el de ahora, y aquel al que Aristóteles equiparaba con esa “prudencia, virtud práctica de los sabios”, en contraste con el miedo disfuncional que surge de la ignorancia, de una mente mal informada.
El conocimiento, nuevamente, nos permite formar un criterio propio e independiente para poder elegir y ser más libres.
También hablamos del Stakeholder Capitalism, que centró gran parte del debate de la última reunión de Davos, por el cual se declaró que el propósito de las empresas es colaborar con todos sus stakeholders en la creación de valor compartido y sostenido, y no sólo con sus accionistas, sino con sus empleados, clientes, proveedores y sociedad en general.
En el mismo sentido, la Asociación Española de Directivos aprobó, hace meses, su compromiso con la sociedad en la presentación del primer Código y Normas de Conducta de los Directivos.
La situación actual de confinamiento pondrá de nuevo a prueba si los compromisos de RSC y declaraciones de propósito son realmente genuinos o meros brindis al sol.
Reflexionamos también sobre la ejemplaridad privada.
En momentos de crisis exigimos lógicamente ejemplaridad pública a nuestros dirigentes políticos y empresariales, que estén a la altura de las circunstancias.
Pero ¿podemos afirmar que nosotros sí lo estamos?, ¿estamos siendo ciudadanos ejemplares en este momento? ¿nos mereceríamos cada uno de nosotros ese aplauso que hemos brindado a los profesionales sanitarios?
Parafraseaba recientemente a Antonio Escohotado cuando afirmaba que un país no es rico porque tenga diamantes o petróleo, sino que un país es rico cuando tiene educación.
Y educación significa que, aunque pueda comprar 30 kilos de arroz y 60 rollos de papel higiénico en el súper, no lo hago, porque puedo acaparar y dejar sin un producto a otra persona que lo necesite.
Ejemplaridad pública y ejemplaridad privada, nadie está exento de dar ejemplo personal.
Como afirmó el revolucionario Saint-Just: “se promulgan demasiadas leyes, se dan pocos ejemplos”.
Es una gran oportunidad para fortalecer una sociedad civil vigorosa, en la que, recordando a Kennedy, no nos preguntemos que puede hacer esta sociedad por nosotros, sino que podemos hacer nosotros por ella.
Recuperamos el poema Invictus, de William Henley, “No importa cuán estrecho sea el camino, cuán cargado de castigos el viaje, soy el amo de mi destino, el capitán de mi alma”.
Porque nosotros, los de entonces, aquellos que sabemos que las grandes historias personales y colectivas se escriben superando grandes adversidades, seguimos siendo los mismos.
Escucha el podcast del comentario de Tomás Pereda, People Strategic de Foro Recursos Humanos.