En el informe de IDE-CESEM sobre los datos de la EPA del 2º Trimestre se revelaba una situación alarmante: un altísimo porcentaje (hasta un 92.4% entre los mayores de 44 años) de las personas en situación de desempleo no se estaban formando de ninguna manera.
Recientemente conocíamos también el informe Panorama de la Educación 2014, de la OCDE. En él, a la hora de relacionar los niveles educativos con la tasa de empleo, podemos apreciar que, ni siquiera en los momentos más duros de la crisis, un mayor nivel educativo ha dejado de significar una mayor tasa de empleo. En el año 2012 la tasa de empleo entre las personas con educación secundaria era del 66%, subiendo al 73% para los licenciados universitarios y alcanzando el 79% en el caso de las personas con formación de postgrado (masters y otros programas avanzados).
Por último, el Informe Adecco sobre Empleabilidad y Posgrados nos mostraba como la demanda de postgrados se ha incrementado en 250% en los últimos años y como el número de postgrados ofertados en nuestro país ha pasado de 700 a 7200 en un período de 10 años.
Si unimos los datos de los tres informes, observamos que la formación de posgrado sigue siendo la forma de potenciar un currículum, pues maximiza las opciones de ser contratado, y que así lo entienden muchos de los estudiantes recién licenciados, que optan por continuar su formación antes de salir al mercado laboral. Pero también se hace evidente que los parados de mediana edad no están considerando esta opción como vía de retorno al empleo.
Parece razonable suponer, si hacemos caso de los indicadores económicos más recientes, que estamos cerca del inicio de la ansiada recuperación económica. Más tarde o más temprano, llegaremos a un momento en el que las ofertas de empleo empiecen a crecer en número. Sin embargo, tras años de recesión, la competencia por esos puestos de trabajo será feroz. Las empresas estarán en situación de elegir entre perfiles muy diversos, desde jóvenes muy formados a personas de mediana edad con una valiosísima experiencia. En esta situación, los candidatos que sean capaces de aunar experiencia y formación partirán con una ventaja inicial que puede marcar la diferencia.
La formación se puede plantear como una herramienta de reciclaje profesional que permita redirigir una carrera profesional hacia los sectores con mayor potencial en el futuro, como una forma de desarrollar competencias que resulten complementarias a las que ya se poseen y hagan nuestro perfil más atractivo o como una siempre necesaria actualización de conocimientos, pero en cualquier caso es el entrenamiento imprescindible para estar en plena forma profesional cuando suene de nuevo el pistoletazo de salida.